Recuerdos, que no añoranzas

04.07.2014 00:00

Desde media tarde todo estaba listo;  las puertas abiertas, las cuerdas y las luces comprobadas, y allí en el segundo corral descubierto del Chofre la parada de cabestros rumiaba la espera.  Un poco mas allá de las siete y media se intuía el sonido de un motor que se acercaba y entre las dos hojas de las puertas exteriores del patio de caballos, aparecía la, para mí entonces,  impresionante figura del camión.  Camiones de la empresa titular de la plaza había dos. Imponentes Pegasos blancos con aquellos parasoles que indicaban:" Toros de lidia";  flanqueada la frase por los dos hierros de la casa: El Jaral de la Mira y el Pizarral de Casatejada.

    El camión  avanzaba hacia el fondo del patio y giraba hasta alcanzar su posición exacta acoplándose como en un puzzle a la boca de la manga. Paraba el motor, y cansado, sudoroso se bajaba Antonio o "el Rubio", quienes durante todo el verano recorrían las carreteras entre las dehesas y Madrid, San Sebastián, Gijón, Valencia, Dax, Palencia,....... Del otro lado descendía un hombre vestido de faena, casi siempre con el sombrero de ala ancha calado: el mayoral. Hombre responsable y serio en general, que no estaba tranquilo hasta finalizar la faena. Quiero recordar al patriarca Domi de Atanasio y con él a  Pepe de Torrestrella, a Manolo de Pablo Romero, a Paco de Baltasar Iban, a Manuel de Clemente Tassara, a Andrés del Conde de la Corte,... que me perdonen los demás cuyos nombres se han perdido con los años en mi memoria.

    Un día bajó del camión, Manuel del Duque de Pinohermoso. Pero no venia solo; le acompañaba su esposa. La recuerdo enjuta, menuda, con  un moño bien prieto y vestida de negro. Formaban un matrimonio casi de jubilados y creo que Manuel intuyendo su próximo retiro así como la venta de la ganadería, quiso ofrecer unas vacaciones a su mujer.  Una semana en San Sebastián; pasear, comer ver la playa; sin descuidar desde luego la causa principal del viaje: la corrida. Para estar mas cerca de los toros, los mayorales ocupaban para dormir, una nave con camastros en los mismos corrales, justo al lado de la mesa donde se celebraba el sorteo. Cada uno tenia una silla a guisa de todo mobiliario y para acceder al servicio-ducha había que salir a la calle. Las comidas las hacían en casa del conserje. Esta poseía tres o cuatro habitaciones a disposición de la empresa. Manuel y su mujer, en aquella ocasión,  ocuparon una de  ellas, preparada al efecto para el  matrimonio.

    Comenzaba la faena; cada uno en su puesto, en la cuerda de cada puerta, en cada  llave de las luces....... Al fondo en el segundo corral los cabestros despertaban y se movían. " Cantinero", "Botinero", "Plumaje" y los demás hacían sonar sus cencerros y campanillas para dar confianza al sexteto encajonado en el camión. A la voz de "Venga" desde el fondo,  se hacia el silencio; ese silencio taurino que se repite y que se oye.  Cortado por tres sonidos distintos: otra voz que decía "Va", los secos martillazos para sacar los pestillos y  por ultimo el rechinar de la trampilla subiendo. Y el silencio otra vez, roto por el toro que aparece en la primera corraleta, husmea, arrastra el hocico allá donde lo han hecho otros muchos;  siente el aire y oye los cencerros; y la luz se apaga, y la puerta se cierra a sus espaldas. Y la luz y el sonido al fondo, le hacen avanzar, y la luz  que se apaga y la puerta que se cierra de nuevo. La operación se repite hasta que sale a la luz del día y tras el primer corral descubierto vacío  encuentra a los cabestros en el segundo. Y les embiste,  se hace dueño y señor del terreno. Cuando aparecía el segundo después de la misma operación,  debía establecerse quién mandaba, y más aún con cada uno de los ejemplares siguientes. En cuantas ocasiones se han visto peleas, hasta luchas con cornadas incluidas. En muchos casos el mayoral indicaba hasta el orden de desembarque si intuía algún posible problema, o mandaba separar algún toro nada más desencajonado.    

    Al rato los toros bebían y eran trasladados hasta uno de los corrales del  fondo, donde los aficionados no podían molestarles en sus diarias visitas a la hora del apartado. Allí esperaban pacientes, tranquilos, reponiéndose del viaje durante unos días, hasta el momento del pesaje en que eran enchiquerados por vez primera y posteriormente ocupaban el corral principal para ser  enlotados, sorteados  y enchiquerados definitivamente.    

    Manuel llevó a su mujer a Igueldo, a la Parte Vieja, a Alderdi Eder....... le gustó lo que vio, lo que comió, lo que bebió..... pero realmente volvió a Madrid con un recuerdo inesperado, que le llenó la cara de lagrimas; lo que no olvidó nunca fue aquel día en que su marido vestido de corto salió a hombros por la Puerta Principal del Chofre acompañado de los tres matadores de la corrida.    

    Fue el lunes 11 de agosto de 1969. Antonio Ordoñez, Diego Puerta y Miguelín cortaron nueve orejas a los toros del Excmo. Sr. Duque de Pinohermoso. Tarde de apoteosis y de recuerdo.

    Recuerdos, que no añoranzas, como este, salvaron durante años de sequía taurina, la afición de quién esto escribe y de otros muchos.  En este momento en que contamos con una temporada de verano e incluso otra de invierno, no debemos olvidar aquellos años y a aquellos amigos que compartieron el mantener viva esa esperanza que nos ha traído hasta aquí.

Manuel Harina.