Ni pies ni cabeza

03.11.2014 15:17

Ni pies ni cabeza

 

Que a Rafael de Paula no  le han funcionado las piernas nunca, ya lo sabíamos. Todos  hemos  maldecido esa incapacidad que le condenaba a partir plaza inseguro. Un manifiesto deterioro físico, que ahora se ve acompañado de un estado de enajenación, mayor del que se presume a un artista. Algo insano, terrible. 

“Dios me ha dotado a mí de unos buenos brazos, de unas buenas muñecas y de mi cabeza, pero de unas piernas muy malas”, decía Paula en una entrevista.  El Jerezano tiene un don, pero también una maldición que parece condenarle a la infelicidad: mientras sus muñecas bordan el toreo, sus piernas se niegan a sostener los sueños de una cabeza que imagina toreando a Rafaé.

Un artista condenado a no serlo, o lo que es lo mismo, un artista condenado a la locura.  Negada la ilusión por el futuro, a Paula sólo le queda el resentimiento por un pasado lleno de sinsabores.  Rafael no puede expresarse como quisiera, ni como debiera, pero ello no le niega la esencia, su ser.  

A los  románticos del toreo no les costará mucho reconocer a Rafael de  Paula, el torero, pues para torear no hace falta tener buenas muñecas, buenas piernas o  una cabeza amueblada; para torear hace falta tener corazón.   “Ésa es la primera condición que un torero ha de tener, corazón”,  que dijo el genio.

Quizá, nada de lo que haga Paula tenga ya gracia. Sin embargo, en lo que siga vivo, seguirá soñando  el toreo.  Y nadie negará que vale más un sueño de Paula, que el espectáculo ramplón que vemos la mayoría de las tardes.  Una mediocridad tan censurable, como lo de Paula, una coza de las cozas.